Empiezo...

lunes, agosto 28, 2006 · 0 comentarios

La idea primigenia era ejercitar los dedos (no digo la pluma, porque suena a "clisé") así que desde este momento me aventuro a publicar mis escritos. Algunos tienen forma de cuento, aroma de autobiografía y sabor a recuerdo, otros sólo serán cosas que me pasan, que veo, o que observo; escritos ayudados por la fantasía de la literatura. En realidad no lo sé.

Inicialmente lo que espero es que me digan que les parece, digan lo que quieran. En realidad la razón íntima es convencerme de que no tengo el talento para hacerlo. Pero si es así, no sean crueles.


Allá, en la cancha

- ¡Todos a la cancha!
la voz gangosa provenía de la puerta del salón, el instructor pre militar Adrianzén sabía que sus órdenes debían ser cumplidas a la brevedad; rápidamente los alumnos del quinto año emprendieron veloz carrera hacia el patio trasero del colegio
- ¡Apura mierda!
A empellones Trevizo, el más alto de la clase, se abría camino
- ¡Chucha!
El menor del grupo, Villalba caía de bruces al suelo en medio de la estampida, los demás lejos de ayudarlo salvaban la valla con ágiles saltos
- ¡levántate lorna!
Miranda lo animaba a pararse, sabía del castigo que le esperaba a aquel que llegara último a la formación, pero aún así ayudó a su amigo. Villalba, lívido, se incorporaba con dificultad
- Apúrate carajo, si no...
Pero ya era tarde. Miranda dejó a Villalba parado y cojeando, entonces se dirigió a la cancha caminando rápidamente, en el patio los demás había formado ya, el instructor Adrianzén miraba socarronamente a los recién llegados
- ¡Así que de nuevo Villalba, carajo!, y Ud Miranda, siempre va a ser el ángel guardián de este torpe, carajo!
- Parecen marido y mujer - masculló Trevizano
La clase irrumpió en feroces carcajadas
- ¿Quien hablo en formación? ¡carajo!
Rugió Adrianzén, que miraba colérico al grupo, el cual inmediatamente paro de reír y adoptó una actiud seria, rígida, militar
- ¡No se habla en las filas carajo!
Al instructor poco le importaba que los carajos le atoraran la garganta, era parte de su hablar, en el ejército, su alma mater, se hacían los hombres fuertes, el se formó así, y estos hijitos de papá tendrían que templar el espíritu mínimamente de esta manera, hablándoles como un hombre.

El sol caía a plomo sobre las cabezas en ese mediodía de abril. Toda la mañana los de quinto había tenido clase de Química y Matemáticas, así que los gritos, rugidos y desaires del militar les caían como un baldazo de agua refrescante, bien valía la pena dos horas de ejercicios para después terminar jugando una pichanguita antes de la salida.
- A ver Villalba, ya sabe cual es el castigo no?
- Si profesor
- ¡Que!
- ¡Si mi sargento!
- Bien, tropa, en posición!
La clase de quinto año entre risas, y malas intenciones formó pegada a la pared una especie de callejón, todos con las manos apoyadas en el muro esperaban la orden
- Bien Villalba...
- ¡Sargento!
Miranda rezagado, gritó
- ¡Sargento, usted no puede hacer eso!
Los ojos coléricos del instructor buscaron el origen de tamaño desafío
- ¡Quien carajo se atreve a darme órdenes!,... !carajo, yo mando aquí!
La clase miraba estupefacta a Miranda que mantenía su determinación
- Usted no puede, mi sargento... no....
Parecía habérsele terminado la determinación, debilitado y traicionado por sus sentimientos de piedad, solo Dios sabe nacidos de algún secreto afán, Miranda enmudeció
- ¡Que pasa con Ud. Miranda, Carajo!,
Adrianzén se acercaba a grandes trancos, enérgico, furioso hacia Miranda
- sabe como se llama lo que acaba de hacer?, ¡Hable!, ¡Vivo!
- No mi sargento
Casi lo tenía encima, su cara congestionada, arrugada, llena de cicatrices estuvo a un milímetro de la suya, tanto que sintió su aliento militar, caliente, oliendo a caca
- ¡Insubordinación carajo!
Miranda se sintió minúsculo, abandonado, avergonzado, solo atinó a bajar la vista; de lejos Villalba miraba todo con expresión dolida
- Sabe que hace el ejército en estos casos alumno Miranda?
Miranda tenía un nudo en la garganta, pero lo que más le incomodaba era esa sensación de pudor y vergüenza que le invadían por dentro y le llegaban hasta allí, a ese lugar tantas veces solitariamente manoseado
- No mi sargento...
- ¡Ley Marcial Miranda!, ¡Ley Marcial!, se le procesa en los tribunales militares y ¡pum!, al pelotón de fusilamiento
La clase de quinto miraba todo con atención, aunque los disfuerzos del instructor les provocasen más de una sonrisa, lo único claro para ellos era que alguien por fin se había enfrentado al instructor más hijodeputa que habían tenido en toda la secundaria, aunque, al menos eso parecía, le iba a costar caro su osadía.
- ¡Panduro!
Estentórea sonó la voz de Adrianzén llamando al delegado de quinto
- ¡Aquí mi sargento!
- ¡A mí!
Desde el fondo de la fila Panduro, recto, chancón, sobón, pero pata de todos, corrió al encuentro del instructor, hasta situarse adelante
- Panduro, me lleva Ud. al alumno Miranda a la dirección para que le pongan papeleta !por irrespeto a la autoridad!
- ¡Sí mi sargento!
- ¡Vivo!
Panduro tomó a Miranda del brazo y lo condujo fuera de la cancha
- ¡Villalba!
- ¡Sí mi sargento!
Villalba trémulo, observó todo desde un rincón, la voz del instructor le llegaba a los oídos como una amenaza, vibrante, seca, un escalofrío de miedo le corroía las entrañas, lo único que deseaba en ese momento era estar cerca de su madre, esa mujer que tanto le cuidaba, engreía y protegía, junto a ella se sentiría seguro, junto a ella todos los males se irían y nada lo acosaría, quería que allí esté ella, sentir la calidez de sus manos tocando su cabello y de sus besos rozándole las mejillas
- ¡A mí Villalba!
Al instructor se le notaba más calmado, en efecto, había demostrado en la acción, así como en la guerra, que tenía el pulso firme y que había tomado la mejor determinación, que a pesar de la estupidez de Miranda, fue él quien había resultado mejor parado, pero lo que le molestaba en ese momento, era la extraordinaria fragilidad del alumno Villalba, la delicadez de sus movimientos, y la suavidad de sus maneras, esto, lo exasperaba al punto de querer escarmentarlo a cada momento, para así hacerle el favor de hacerlo hombre de una vez por todas.
- Déme una razón para no castigarlo Villalba
Villalba se quedó callado un rato, la tierna evocación de su madre, había terminado por apaciguar su miedo, meditó lentamente lo que iba a responder, por fin sonrío tímidamente
- Porque no quiere mi sargento
Era verdad, pese a toda la animadversión que la rareza de Villalba le causaba, en el fondo, le caía bien, era un chico simpático; pero, lejos de mostrar debilidad, lejos del hecho que un militar exteriorice sus sentimientos, el sargento Adrianzén se comportó como debía hacerlo un hombre
- ¡Callejón oscuro! ¡Trevizo, hágase cargo!
Trevizo, largo, corpulento, matón, arrastró a Villalba hacia el inicio del callejón formado por sus compañeros y de una soberana patada lo mandó hasta el fondo, en el violento camino hacia lo inevitable, recibió patadas, puñetes, lapos, quiñes, que rompieron su pantalón, tres botones de su camisa y un labio, tropezó con una pierna y cayó de bruces al final del largo castigo.
- ¡Aprendan a respetar al superior!, Uds. son simples alumnos, yo soy el sargento, ¡yo mando aquí entienden?!
Adrianzén sonrió para sus adentros, sabía plenamente que había obrado bien, que las miradas de miedo que les infundía a sus alumnos eran parte de ese respeto sabiamente ganado; ya iban a saber de él esos capitanes del cuartel San Martín, iban a saber que él, sargento primero Francisco Adrianzén Campos, podía hacer patria no sólo sirviendo en el ejército, sino también en la educación, ya iban a saber de aquel "sargentucho", como lo llamaron el día que lo expulsaron, ahora recuerda ese maldito día!, todo fue por la culpa del maricón de Ferreyros, ¡cabo de mierda!, por una patadita y unos carajos se fue a llorar ante los capitanes, "le ha roto la pierna", decían, el muy cobarde hizo toda esa escenita para conmover a los capitanes, ablandarlos ¡carajo! como si no fueran militares, y todo porque el papá de Ferreyros se cagaba en plata ¡carajo!, hizo que lo boten a patadas, porque sino armaba un lío, que mancharía la buena imagen del ejército, su alma mater. Sonrió nuevamente a pesar de los duros recuerdos, porque sabía que en ese colegio formaría lo que vendría a ser su reivindicación: el mejor curso de instrucción pre militar que se haya visto en Lima, y todo gracias a él.
- ¡Filas en posición!, ¡paso ligero! ¡diez vueltas a la cancha!

Por el pasadizo central del colegio, caminaban apresuradamente Miranda y Panduro rumbo a la dirección
- !Ya suéltame!, te tomas en serio tu chamba de delegado no?, ¡sobón de mierda!, ¡suéltame carajo!
- Ya, huevón no te empinches
Panduro soltó el brazo de Miranda, ahora, lejos de las miradas furibundas del instructor, aminoraron el paso
- ¿Qué te traes con el maricón de Villalba?, ¿porqué siempre lo estás defendiendo?, ¿te has vuelto mostazero?
Panduro comenzó a reírse lentamente, con esa risa socarrona y contagiante que toda la clase celebraba
- Ya huevón no me jodas, ¿me vas a llevar a la dirección?, o...
- O ¡¿que?!, habla te escucho
- Ya pues, hazte el tercio, me haces una papeleta, de esas que te tiraste de la dirección y te doy diez lucas
- Por quince te las hago
- ¡Que chucha!, que sean quince
- ¿Veinte?
- ¡Ya no seas pendejo!
- ¡Sale mostazero!, vamos al salón
Desviándose de su rumbo original, Panduro y Miranda entraron al salón de quinto año.

No podía más, era demasiado para Villalba, después de haber sido humillado, vilipendiado, ahora corría por el patio del colegio, las órdenes que recibían sus compañeros poco le importaban, pero había que cumplirlas también, no vaya a ser que sufra otro callejón oscuro. Pese a su esfuerzo aminoró el paso.
- ¡Que le pasa Villalba!
Sonó nuevamente la voz del sargento
- Todos sus compañeros corren sin problemas y usted se atrasa ¡carajo!
- Disculpe profesor, es que estoy cansado
- ¡Cansado las huevas carajo, a correr se ha dicho!
Y empujándolo fuertemente, se alejó. Villalba necesito de todo su equilibrio para no caer de bruces en el asfalto del patio de ese colegio fiscal. Grandes y cuadradas, en ese momento lo notó, se unían los bloques de concreto que formaban el piso, parecían una gigantesca red, dentro de la cual se sentía oprimido.

- Hola, de verdad pensé que ya no vendrías, después de lo de hoy
- ¿Sabes? No estaba seguro…
- ¿Porqué?, es que ya no estas de acuerdo con esto
- No es eso, sólo que…
No lo dejó terminar, Villalba lo tomó de la nuca y lo atrajo hacia sí, y con un suave beso lo calló. Miranda se dejó besar. Nunca pensaron que podían llegar tan lejos, menos en la forma como lo estaban manejando, pese a lo prohibido, pese a lo que se decía en ese momento, lo que los dos tenían en secreto cada tarde era algo más que les permitía afrontar sus vidas problemáticas. La falta de un padre de Villalba lo tenía apegado a la madre, quien le seguía engriendo y tratando como a un niño, lo que siempre impidió, lo reconocía a cada momento, una actitud más fuerte ante la vida. Miranda, huérfano de padres, vivía con unos tíos, de los que poco o nada hablaba, siempre le gustaron los animales, por ello toda su vida había llevado varios perros y gatos a su casa de los cuales su tío se deshacía cruelmente, a Miranda lo movían siempre sus sentimientos protectores hacia los débiles, por eso lo de Villalba, aunque ahora no estaba seguro del todo si lo que hacían los dos era lo correcto
- ¿Te duele mucho?
- ¿Qué cosa?
- Lo del callejón oscuro
- No, no tanto, sólo la patada que me dio Treviño, nada más… ya no te preocupes ¿si?
Y lo volvió a besar, Miranda esta vez sólo cerró los ojos.
(04/04/06)

 

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