Ella, sola
Muchos acaecidos vomitando condolencias,
cuantas fieles querencias dolorosas
amortizaban su llanto en penosas entregas,
mil veces maldito Dios que se entretenía sutilmente
en el conformismo de la resignación.
¿Y ella?
¿quién se acordaba de aquella?
compañera, cómplice, pareja, medio ser;
abatidas caían sus lágrimas
en el océano de la incertidumbre.
Todos los acaecidos resignaban a la viudez extrema,
pero no recaían en la amante febril
en la incondicional mujer,
porque eso es, al fin y al cabo
mujer, sólo una, mujer sola
abandonada a su suerte
en el páramo desdichado de la vida.
¡Mujer, se fue todo!
Ay de ti, de tu tristeza,
de tu agónica soledad plagada de vacío.
Ya no vendrá nunca
tu desagradecido compañero
padre, amigo, ser, tu todo que es nada;
ahora, solo queda eso
tu todo,
nada.
Escrito en marzo de 2002
¿Qué harías tú?
- Qué harías tú, si hiciera lo que estoy pensando hacer ahora?
Preguntó él, muy nervioso, por la proximidad, por la noche, por esa soledad sin testigos que a veces buscó y otras no quiso buscar, pero que ahora por fin, ya la tenía; desde el momento en que se dio cuenta que ella, su mejor amiga, había empezado a gustarle
- no sé, y la verdad no sé que es lo que estas pensando ahora
- no me respondiste
- qué cosa?
- si lo que te dije el sábado, lo que sentía, ...era mutuo
- estaba palteada, no te niego que me gustó mucho oírlo, pero...
- pero, qué?
La proximidad entre ellos era mayor, estaban muy cerca, miles de cosas pasaron por sus mentes, ella salía de una relación libre, donde siempre había quedado mal parada, y él pese a todo no podía sacarse de la cabeza a su ex enamorada, con la que había estado tres años, después de los cuales la rutina se apoderó de todo, ella lo había dejado
- pero, sientes lo mismo?
- no voy a contestarte eso, te quedarás con la duda
Ella sonrió maliciosamente, su ojos rasgados brillaron un poco
- sólo hay una forma de averiguarlo
- si?, cual?
- ésta
El se acercó lo suficiente hasta tocar sus labios, fue un beso prolongado, tranquilo, donde se reconocieron, se exploraron y se midieron, luego, al terminar quedaron muy cerca, frente con frente, ella preguntó
- esto significa el inicio de algo?
- no,- firmemente respondió él - , no me mal interpretes, pero... me siento bien contigo sabes?
- yo también, no creo que sea el momento de algo, no?, quizás más adelante...
- quizás...
Se besaron nuevamente, la noche, sibilina cómplice, se encargó de lo demás.
A los dos días se vieron durante las clases en la Universidad, se sentaron separados, porque él, como siempre, llegó tarde, no se pudo concentrar en nada, sentado en la última carpeta solo veía a un profesor moviendo la boca, en su mente estaba la figura y el nombre de ella, y en sus labios la sensación agradable de sus besos.
- Hola!
Escuchó una voz a su costado, tan absorto estaba que no se había dado cuenta que alguien se había sentado a su lado
- ha pasado algo entre Rocío y tú?
Nunca una pregunta le había resultado tan incómoda, tan expiadora, y tan rochosa, sintió que sus mejillas ardían, la depositaria de tal interrogante era Catalina la mejor amiga de Rocío, Rocío la flaquita de cinturas estrechas, de labios carnosos, su mejor amiga, a la que dos días atrás había besado, no sabía por qué.
- que hablas!, porqué lo dices?
- Si no es así, por que te arrochas, ¡están tan raros ustedes dos!, además se fueron juntos después de la fiesta.
- no ha pasado nada – esta vez realmente su nerviosismo lo delataba - , no hables rocas, sabes bien que Rocío y yo somos los mejores patas del mundo, ya?
Mario ya no sabía que decir, siempre detestó esa manera tan cursi de hablar que tenían algunos de sus amigos, utilizar clichés y frasecitas memorables, no era su estilo, pero con el roche encima, ya no medía sus palabras
- ¿por qué insisten en inventar cosas, en pensar maliciosamente?, por qué un hombre y una mujer no pueden ser buenos amigos sin que pase nada entre ellos!
Catalina lo miró entre divertida y asombrada
- Mario, que te pasa?, yo sólo hice una pregunta inocente
- ¿inocente?, vamos!
Silenciosamente Catalina abandonó la carpeta de Mario y se ubicó en la de Rocío tres filas más adelante. Mario se sintió delatado, pero sobre todo ofuscado, si de por sí tenía mucha vergüenza de hablar con Rocío, pues ahora no podía ni mirarla, sus ojos erraron entre el techo, las patas de las carpetas, el saco azul del profesor, un chicle aplastado, las losetas blancas y negras del piso, que le parecieron un gran tablero de ajedrez, se sintió dentro de un juego, sin reglas ni fichas, en donde habían sólo dos jugadores, Rocío y él. Repentinamente le invadió una sensación de sosiego, de calma inexplicable, le parecía que el beso que se dieron no había pasado dos días atrás, sino dos años, sintió deseos de hablar con Rocío, de hablar normalmente, de cualquier cosa, despojado totalmente de todo reparo, de toda vergüenza, le pareció bien pensar que ese beso no iba a afectar su relación de amistad y que podían seguir siendo los mejores amigos, cómplices y confesores a la vez, peleándose de vez en cuando, pero siempre teniendo una taza de café alrededor de la cual poder confesar sus íntimos secretos, escrutó un poco con la mirada y ubicó a Rocío que en ese mismo momento volvía la suya hacia un punto indefinido que tenía al frente, avergonzada, sintiéndose descubierta. Mario sonrió, aún se sentía tranquilo, siguió pensando, que lo que pasó, pues ya pasó, no se sabe por qué, tampoco se sabría nunca si ella sentía lo mismo por él, eso que sintió, lo ubicaba en el tiempo pasado, sintió que le gustaba mucho, hoy ya no, hoy estaba tranquilo meditando que a veces cuando hay mucha proximidad entre dos personas de sexo opuesto, pues, estas cosas solían pasar, pero como seres maduros lo afrontan seriamente, cosas de adolescentes, eso de gustarse o enamorarse por un beso superfluo no les podía pasar a ellos que estaban por terminar la Universidad, jamás se iba a enamorar de ella, no era su tipo se lo había repetido a todo el mundo y a sí mismo miles de veces, y ella no iba a llegar a querer a alguien como él que no compartía sus intereses, ni que era un modelo de perfección. Mario pensaba todo esto con displicencia digna de un desinteresado, de alguien que veía lo que pasaba con indiferencia, es decir de afuera, Mario se sentía fuera de sí mismo, y a cada nueva idea que nacía mas férrea se volvía su tranquilidad.
- Bien jóvenes, el próximo viernes es el parcial, entra todo lo que hemos hecho hasta hoy.
El profesor se retiró, ruido de carpetas, sillas que se arrastran, alumnos que se levantan, el aula estalló en bullicio, parándose rápidamente Mario se dirigió hacia Rocío que presurosa abandonaba el salón seguida por Catalina
- ¿por qué tan apuradas?
- vamos al baño – respondió Catalina, Rocío ni volteó – acaso quieres acompañarnos?
Catalina se echo a reír, Mario avergonzado se limitó a seguirlas de cerca, se sentía un poco confundido ahora, todo lo que anteriormente le había armado de valor y de cierta tranquilidad ahora no estaba, sólo un mal chiste había echado abajo toda su fortaleza de ánimo. Se sobre paró a meditar aquello, trató de encontrar algunas pistas del raciocinio que en el salón le infundiera ánimos, por un momento se perdió en sus pensamientos, quedó ensimismado mirando el suelo
- hola Mario
Mario subió la mirada, era Rocío
- hola
Frente a frente estuvieron largo rato, mirándose, recordando lo de hacía dos días, avergonzados
- ¿Cómo te sientes?
Se aventuró a preguntar él
- te quiero
Respondió ella.
Empiezo...
La idea primigenia era ejercitar los dedos (no digo la pluma, porque suena a "clisé") así que desde este momento me aventuro a publicar mis escritos. Algunos tienen forma de cuento, aroma de autobiografía y sabor a recuerdo, otros sólo serán cosas que me pasan, que veo, o que observo; escritos ayudados por la fantasía de la literatura. En realidad no lo sé.
Inicialmente lo que espero es que me digan que les parece, digan lo que quieran. En realidad la razón íntima es convencerme de que no tengo el talento para hacerlo. Pero si es así, no sean crueles.
Allá, en la cancha
- ¡Todos a la cancha!
la voz gangosa provenía de la puerta del salón, el instructor pre militar Adrianzén sabía que sus órdenes debían ser cumplidas a la brevedad; rápidamente los alumnos del quinto año emprendieron veloz carrera hacia el patio trasero del colegio
- ¡Apura mierda!
A empellones Trevizo, el más alto de la clase, se abría camino
- ¡Chucha!
El menor del grupo, Villalba caía de bruces al suelo en medio de la estampida, los demás lejos de ayudarlo salvaban la valla con ágiles saltos
- ¡levántate lorna!
Miranda lo animaba a pararse, sabía del castigo que le esperaba a aquel que llegara último a la formación, pero aún así ayudó a su amigo. Villalba, lívido, se incorporaba con dificultad
- Apúrate carajo, si no...
Pero ya era tarde. Miranda dejó a Villalba parado y cojeando, entonces se dirigió a la cancha caminando rápidamente, en el patio los demás había formado ya, el instructor Adrianzén miraba socarronamente a los recién llegados
- ¡Así que de nuevo Villalba, carajo!, y Ud Miranda, siempre va a ser el ángel guardián de este torpe, carajo!
- Parecen marido y mujer - masculló Trevizano
La clase irrumpió en feroces carcajadas
- ¿Quien hablo en formación? ¡carajo!
Rugió Adrianzén, que miraba colérico al grupo, el cual inmediatamente paro de reír y adoptó una actiud seria, rígida, militar
- ¡No se habla en las filas carajo!
Al instructor poco le importaba que los carajos le atoraran la garganta, era parte de su hablar, en el ejército, su alma mater, se hacían los hombres fuertes, el se formó así, y estos hijitos de papá tendrían que templar el espíritu mínimamente de esta manera, hablándoles como un hombre.
El sol caía a plomo sobre las cabezas en ese mediodía de abril. Toda la mañana los de quinto había tenido clase de Química y Matemáticas, así que los gritos, rugidos y desaires del militar les caían como un baldazo de agua refrescante, bien valía la pena dos horas de ejercicios para después terminar jugando una pichanguita antes de la salida.
- A ver Villalba, ya sabe cual es el castigo no?
- Si profesor
- ¡Que!
- ¡Si mi sargento!
- Bien, tropa, en posición!
La clase de quinto año entre risas, y malas intenciones formó pegada a la pared una especie de callejón, todos con las manos apoyadas en el muro esperaban la orden
- Bien Villalba...
- ¡Sargento!
Miranda rezagado, gritó
- ¡Sargento, usted no puede hacer eso!
Los ojos coléricos del instructor buscaron el origen de tamaño desafío
- ¡Quien carajo se atreve a darme órdenes!,... !carajo, yo mando aquí!
La clase miraba estupefacta a Miranda que mantenía su determinación
- Usted no puede, mi sargento... no....
Parecía habérsele terminado la determinación, debilitado y traicionado por sus sentimientos de piedad, solo Dios sabe nacidos de algún secreto afán, Miranda enmudeció
- ¡Que pasa con Ud. Miranda, Carajo!,
Adrianzén se acercaba a grandes trancos, enérgico, furioso hacia Miranda
- sabe como se llama lo que acaba de hacer?, ¡Hable!, ¡Vivo!
- No mi sargento
Casi lo tenía encima, su cara congestionada, arrugada, llena de cicatrices estuvo a un milímetro de la suya, tanto que sintió su aliento militar, caliente, oliendo a caca
- ¡Insubordinación carajo!
Miranda se sintió minúsculo, abandonado, avergonzado, solo atinó a bajar la vista; de lejos Villalba miraba todo con expresión dolida
- Sabe que hace el ejército en estos casos alumno Miranda?
Miranda tenía un nudo en la garganta, pero lo que más le incomodaba era esa sensación de pudor y vergüenza que le invadían por dentro y le llegaban hasta allí, a ese lugar tantas veces solitariamente manoseado
- No mi sargento...
- ¡Ley Marcial Miranda!, ¡Ley Marcial!, se le procesa en los tribunales militares y ¡pum!, al pelotón de fusilamiento
La clase de quinto miraba todo con atención, aunque los disfuerzos del instructor les provocasen más de una sonrisa, lo único claro para ellos era que alguien por fin se había enfrentado al instructor más hijodeputa que habían tenido en toda la secundaria, aunque, al menos eso parecía, le iba a costar caro su osadía.
- ¡Panduro!
Estentórea sonó la voz de Adrianzén llamando al delegado de quinto
- ¡Aquí mi sargento!
- ¡A mí!
Desde el fondo de la fila Panduro, recto, chancón, sobón, pero pata de todos, corrió al encuentro del instructor, hasta situarse adelante
- Panduro, me lleva Ud. al alumno Miranda a la dirección para que le pongan papeleta !por irrespeto a la autoridad!
- ¡Sí mi sargento!
- ¡Vivo!
Panduro tomó a Miranda del brazo y lo condujo fuera de la cancha
- ¡Villalba!
- ¡Sí mi sargento!
Villalba trémulo, observó todo desde un rincón, la voz del instructor le llegaba a los oídos como una amenaza, vibrante, seca, un escalofrío de miedo le corroía las entrañas, lo único que deseaba en ese momento era estar cerca de su madre, esa mujer que tanto le cuidaba, engreía y protegía, junto a ella se sentiría seguro, junto a ella todos los males se irían y nada lo acosaría, quería que allí esté ella, sentir la calidez de sus manos tocando su cabello y de sus besos rozándole las mejillas
- ¡A mí Villalba!
Al instructor se le notaba más calmado, en efecto, había demostrado en la acción, así como en la guerra, que tenía el pulso firme y que había tomado la mejor determinación, que a pesar de la estupidez de Miranda, fue él quien había resultado mejor parado, pero lo que le molestaba en ese momento, era la extraordinaria fragilidad del alumno Villalba, la delicadez de sus movimientos, y la suavidad de sus maneras, esto, lo exasperaba al punto de querer escarmentarlo a cada momento, para así hacerle el favor de hacerlo hombre de una vez por todas.
- Déme una razón para no castigarlo Villalba
Villalba se quedó callado un rato, la tierna evocación de su madre, había terminado por apaciguar su miedo, meditó lentamente lo que iba a responder, por fin sonrío tímidamente
- Porque no quiere mi sargento
Era verdad, pese a toda la animadversión que la rareza de Villalba le causaba, en el fondo, le caía bien, era un chico simpático; pero, lejos de mostrar debilidad, lejos del hecho que un militar exteriorice sus sentimientos, el sargento Adrianzén se comportó como debía hacerlo un hombre
- ¡Callejón oscuro! ¡Trevizo, hágase cargo!
Trevizo, largo, corpulento, matón, arrastró a Villalba hacia el inicio del callejón formado por sus compañeros y de una soberana patada lo mandó hasta el fondo, en el violento camino hacia lo inevitable, recibió patadas, puñetes, lapos, quiñes, que rompieron su pantalón, tres botones de su camisa y un labio, tropezó con una pierna y cayó de bruces al final del largo castigo.
- ¡Aprendan a respetar al superior!, Uds. son simples alumnos, yo soy el sargento, ¡yo mando aquí entienden?!
Adrianzén sonrió para sus adentros, sabía plenamente que había obrado bien, que las miradas de miedo que les infundía a sus alumnos eran parte de ese respeto sabiamente ganado; ya iban a saber de él esos capitanes del cuartel San Martín, iban a saber que él, sargento primero Francisco Adrianzén Campos, podía hacer patria no sólo sirviendo en el ejército, sino también en la educación, ya iban a saber de aquel "sargentucho", como lo llamaron el día que lo expulsaron, ahora recuerda ese maldito día!, todo fue por la culpa del maricón de Ferreyros, ¡cabo de mierda!, por una patadita y unos carajos se fue a llorar ante los capitanes, "le ha roto la pierna", decían, el muy cobarde hizo toda esa escenita para conmover a los capitanes, ablandarlos ¡carajo! como si no fueran militares, y todo porque el papá de Ferreyros se cagaba en plata ¡carajo!, hizo que lo boten a patadas, porque sino armaba un lío, que mancharía la buena imagen del ejército, su alma mater. Sonrió nuevamente a pesar de los duros recuerdos, porque sabía que en ese colegio formaría lo que vendría a ser su reivindicación: el mejor curso de instrucción pre militar que se haya visto en Lima, y todo gracias a él.
- ¡Filas en posición!, ¡paso ligero! ¡diez vueltas a la cancha!
Por el pasadizo central del colegio, caminaban apresuradamente Miranda y Panduro rumbo a la dirección
- !Ya suéltame!, te tomas en serio tu chamba de delegado no?, ¡sobón de mierda!, ¡suéltame carajo!
- Ya, huevón no te empinches
Panduro soltó el brazo de Miranda, ahora, lejos de las miradas furibundas del instructor, aminoraron el paso
- ¿Qué te traes con el maricón de Villalba?, ¿porqué siempre lo estás defendiendo?, ¿te has vuelto mostazero?
Panduro comenzó a reírse lentamente, con esa risa socarrona y contagiante que toda la clase celebraba
- Ya huevón no me jodas, ¿me vas a llevar a la dirección?, o...
- O ¡¿que?!, habla te escucho
- Ya pues, hazte el tercio, me haces una papeleta, de esas que te tiraste de la dirección y te doy diez lucas
- Por quince te las hago
- ¡Que chucha!, que sean quince
- ¿Veinte?
- ¡Ya no seas pendejo!
- ¡Sale mostazero!, vamos al salón
Desviándose de su rumbo original, Panduro y Miranda entraron al salón de quinto año.
No podía más, era demasiado para Villalba, después de haber sido humillado, vilipendiado, ahora corría por el patio del colegio, las órdenes que recibían sus compañeros poco le importaban, pero había que cumplirlas también, no vaya a ser que sufra otro callejón oscuro. Pese a su esfuerzo aminoró el paso.
- ¡Que le pasa Villalba!
Sonó nuevamente la voz del sargento
- Todos sus compañeros corren sin problemas y usted se atrasa ¡carajo!
- Disculpe profesor, es que estoy cansado
- ¡Cansado las huevas carajo, a correr se ha dicho!
Y empujándolo fuertemente, se alejó. Villalba necesito de todo su equilibrio para no caer de bruces en el asfalto del patio de ese colegio fiscal. Grandes y cuadradas, en ese momento lo notó, se unían los bloques de concreto que formaban el piso, parecían una gigantesca red, dentro de la cual se sentía oprimido.
- Hola, de verdad pensé que ya no vendrías, después de lo de hoy
- ¿Sabes? No estaba seguro…
- ¿Porqué?, es que ya no estas de acuerdo con esto
- No es eso, sólo que…
No lo dejó terminar, Villalba lo tomó de la nuca y lo atrajo hacia sí, y con un suave beso lo calló. Miranda se dejó besar. Nunca pensaron que podían llegar tan lejos, menos en la forma como lo estaban manejando, pese a lo prohibido, pese a lo que se decía en ese momento, lo que los dos tenían en secreto cada tarde era algo más que les permitía afrontar sus vidas problemáticas. La falta de un padre de Villalba lo tenía apegado a la madre, quien le seguía engriendo y tratando como a un niño, lo que siempre impidió, lo reconocía a cada momento, una actitud más fuerte ante la vida. Miranda, huérfano de padres, vivía con unos tíos, de los que poco o nada hablaba, siempre le gustaron los animales, por ello toda su vida había llevado varios perros y gatos a su casa de los cuales su tío se deshacía cruelmente, a Miranda lo movían siempre sus sentimientos protectores hacia los débiles, por eso lo de Villalba, aunque ahora no estaba seguro del todo si lo que hacían los dos era lo correcto
- ¿Te duele mucho?
- ¿Qué cosa?
- Lo del callejón oscuro
- No, no tanto, sólo la patada que me dio Treviño, nada más… ya no te preocupes ¿si?
Y lo volvió a besar, Miranda esta vez sólo cerró los ojos.
(04/04/06)